La arquitectura puede, y debe satisfacer nuestras necesidades dado que la población de las grandes ciudades europeas pasa aproximadamente el 80% de su tiempo en espacios cerrados. De esto trata la neuroarquitectura, que no es otra cosa que la aplicación de la neurociencia a la arquitectura. Esta disciplina, capaz de provocar emociones, encuentra un nicho de mercado en las viviendas de lujo.
Hay casas que generan desasosiego, ansiedad, tristeza, falta de concentración y enfermedades. Y por el contrario, hay viviendas que producen el efecto contrario. Unas son refugios; otras son cárceles. Durante estos meses de confinamiento, la pandemia ha puesto en evidencia, que los edificios tienen efectos en el ser humano, incidiendo en nuestra salud mental y física.
El joven virologo estadounidense Jonas Salk (1914-1995) desarrolló la primera vacuna contra la polio y atribuyo gran importancia al papel de la arquitectura en la mente. En los años sesenta construyó el Instituto Salk en California, considerado el primer referente de la neuroarquitectura en todo el mundo.
Los pocos arquitectos que trabajan esta disciplina en España, llamada a protagonizar una revolución en la forma de construir, dan cuenta de que su principal cliente es de un perfil socioeconómico alto y que, aunque se podría aplicar en todo tipo de viviendas, lo más habitual es que sean casas de gran tamaño, en las que es más fácil manipular el espacio. Los principales demandantes son empresarios o grandes directivos europeos
La neuroarquitectura nada tiene que ver con la estética de la casa o con su diseño más o menos vanguardista. Es mucho más.
Esta forma de hacer arquitectura nos permite profundizar en el estado cognitivo-emocional de los usuarios y determinar las directrices de diseño más adecuadas a este nivel, aunque no sean conscientes de ello. En una vivienda esto implicaría, por ejemplo, mejorar el descanso o rendir más en el trabajo o estudio.
Cuando una casa tiene la mayoría de las variables de diseño (geometría, iluminación, color, patrones…) mal configuradas, quien reside allí no es consciente de inmediato de las consecuencias que tiene para su salud mental. Sin embargo, “estos efectos leves, pero sostenidos en el tiempo tienen un elevado impacto a lo largo de nuestra vida. Pueden influir tanto en la calidad como en la esperanza de vida”, comenta Higuera.
Una casa que aplique la neuroarquitectura no se ve, no se distingue a simple vista. Pero se siente. Esta arquitecta tiene que crear entornos seguros para aumentar el bienestar, la salud e, incluso, la inteligencia. Las personas necesitan un entorno que sea sostenible con su sistema nervioso autónomo. Esa seguridad no entiende ni de cámaras de video vigilancia ni de guardaespaldas.
Planificar una vivienda con neuroarquitectura.
La primera labor del arquitecto es la de conocer a su cliente y los factores del diseño que la neuroarquitectura ha descubierto que influyen en el estado físico y psíquico. Primero empezaríamos por crear entornos para la conexión social, así que sería importante unir algunos espacios, aunque sea de forma visual, como la cocina-salón.
Hay que hacer una arquitectura sensorial que conecte al residente con la naturaleza de forma real o simulada y eso implica diseñar grandes ventanas que sean un escape psicológico. Importantes son los olores, que evocan recuerdos y generan estados de ánimo.
Hay materiales y formas que tranquilizan a través del tacto y la vista, como madera, piedra, algodón o piel. Es importante eliminar o minimizar los sonidos de baja y alta frecuencia, como ascensores, tráfico, pasillos, aires acondicionados o saneamiento, porque activan los sistemas de defensa inconscientemente.
La gran desconocida en España
Son muy pocos los estudios de arquitectura que la aplican en España. Nada que ver con EE UU, donde la Universidad de San Diego la incluye entre sus asignaturas. Lo que más se aplica hoy en España es la neuroarquitectura basada en la literatura científica, que cuenta con muchas investigaciones sobre diseño emocional.